Pepe era un vecino muy estimado en San Pedro Sula, Honduras. Su trabajo como carpintero fue reconocido por todos, hasta el momento en que tuvo que huir junto con su esposa, debido a las amenazas de criminales que exigían pagos a cambio de “protección” para respetar su vida y la de su familia.
Para huir no viajan en autobús y mucho menos en avión, pero en ocasiones logran subirse al ferrocarril de carga apodado “La Bestia”. En muchos tramos de su camino él y su esposa van a pie a lo largo de la carretera en dirección al norte, que es donde le dijeron que hay trabajo y oportunidades de vivir en paz. La mayor parte del tiempo viajan en compañía de otros, que al igual que ellos fueron expulsados de sus hogares por la violencia y el hambre.
Encontrar un lugar donde refugiarse cada noche se convirtió en una difícil rutina diaria, en parte porque su esposa está embarazada y Pepe busca lugares en donde ella pueda descansar y por otra parte debido a que muchas personas que habitan las poblaciones por donde pasan desconfían de los migrantes acusándoles de robos, homicidios, violaciones y toda clase de delitos, que por supuesto NO han cometido.
En ocasiones pide trabajo en alguna casa para poder ganar algo de dinero para comprar comida y en otros casos de plano pide limosna. Igual recibe rechazos e insultos, pero también suele encontrar quien los ayude con trabajo, comida o con un lugar de descanso y que además les dé a Pepe y a su esposa una sonrisa o una bendición. Él siempre responde con una gran sonrisa y bendiciones para todos.
En un pueblo ya cerca de la frontera norte, le llegó a su esposa el tiempo del parto, así que buscaron donde recibir el niño. No tenían dinero para pagar el hospital o un hotel, pero encontraron un establo en donde les permitieron quedarse y ahí fue el parto, acompañados por las vacas. Poco tiempo después llegaron algunos rancheros con comida y bebida para celebrar al niño recién nacido.
A los pocos días uno de los vecinos del lugar les avisó que las autoridades estaban revisando cada ranchería de la región en busca de migrantes a quienes acusaban de diversos delitos. Pepe y su familia tuvieron que salir huyendo para evitar ser detenidos. Por ello el niño creció en un lugar lejano de la región de origen de sus padres y de sus abuelos, pero siempre bajo la mirada amorosa de su madre y su padre.
Hoy en día muchos Pepes andan por las calles y caminos de casi todos los países del mundo, siguiendo su propio rumbo al norte donde esperan encontrar oportunidades de vivir en paz con su familia. Si te encuentras con Pepe te invito a que además de dinero y comida, le regales una sonrisa y una bendición…
¡Te deseo que tengas una feliz Navidad en compañía de tu familia!
Autor: Rodrigo Diez de Sollano
Twitter: @DeSollano